Dios concede nuestros anhelos

Salmos 20:4

“Te dé conforme al deseo de tu corazón, Y cumpla todo tu consejo.” 

Los sueños vienen antes que los planes. Los planes son los sueños que sobreviven, los sueños que permanecen, los sueños que elegimos, los sueños que hacemos nuestros, los sueños que tomamos en serio.

Una vez que se transforman en planes, los sueños tienen muchas más posibilidades de sobrevivir. Un sueño es sólo un sueño. Algo hermoso, sublime, distante y de corta duración. Pero cuando adquiere el estatus de un plan, ya no es efímero.

Es la voluntad de Dios que ciertos sueños se conviertan en planes y que ciertos planes se conviertan en logros. De ahí el deseo expresado por el salmista: Te dé conforme al deseo de tu corazón, Y cumpla todo tu consejo (Sal. 20:4).

Pero Dios no aprueba los planes egocéntricos, que sólo son para el beneficio propio y no para el de la comunidad ni para el del reino de los cielos, como se ve en el ejemplo del rico necio (Lc 12, 16-21).

Dios tampoco aprueba los planes arrogantes, que prescinden de su dirección y bendición, como se ve en la exhortación de Santiago (Santiago 4:13-17).

Los planes que Dios aprueba y también bendice son aquellos que se originan en los sueños que Él mismo pone en el corazón humano y que se transforman en realizaciones. Son planes que apuntan a la gloria de Dios, que tienen como objetivo final la profundización y expansión de su reino en la tierra.

 

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