Ester 2.17
“Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ella gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes; y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti.”
Había mujeres bellas en el reino de persa, pero Ester era diferente. Sin duda se ganaba la simpatía de todo el que la veía. Su belleza no consistía solo en los atributos externos, sino en lo que procede del interior, del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible (1Pedro 3.4).
Ester llego al reino para que Dios la usara, estuvo dispuesta a dar su vida por su pueblo y cumplir la misión para la cual Dios la coloco en el palacio. Y su valentía fue premiada. A pedido de Ester el Rey Asuero actuó con justicia y consideración con el pueblo de Dios.
Vemos un tremendo contraste entre Ester y otra reina, Jezabel, a quien no imaginamos bella, pero con una expresión de maldad en la mirada y un gesto agrio en los labios. Jezabel condujo al Rey Acab a la idolatría y al crimen.
Provoco además el juicio de Dios sobre su descendencia. La belleza de una radicaba en su sabiduría; la belleza de la otra provoco la ruina de su familia. “La mujer sabia edifica su casa, la necia la destruye con sus manos” (Proverbios 14.1).
La belleza física, cuando no va acompañada de sabiduría espiritual, no tiene ningún valor; se marchita y perece. Por el contrario, la belleza espiritual es imperecedera.