Lucas 6:36
“Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”.
En el Nuevo Testamento hay varios relatos en los que Jesús muestra una gran compasión por la vida de las personas. Le importaban de verdad. Las amaba incluso cuando era despreciado por ellas. Cambiaba su itinerario para bendecir vidas, sanar, liberar y salvar. Su amor era y es tan grande que se entregó por nosotros: “Porque también Cristo padeció una vez por todas a causa de los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Fue muerto en el cuerpo, pero vivificado por el Espíritu” (1 Pedro 3:18).
Jesús es nuestro modelo. Debemos amar a nuestro hermanos como Él lo haría, pues ello es lo que Él nos pide; “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. (Juan 15:12) ¿Por qué seríamos intolerantes con los demás cuando Jesús tiene la mayor paciencia con nosotros? ¿Por qué trataríamos con frialdad e indiferencia cuando Jesús nos acoge con amor y cuidado todos los días? ¿Por qué no liberamos el perdón si Jesús ya nos ha perdonado? Es hora de parar, pensar y reflexionar.
Cuanto más somos amados por Dios, cuanto más comprendemos su amor, su gracia y su compasión hacia nosotros, más debemos quebrantarnos y volver nuestra mirada hacia el otro de la misma manera. Él nos ordena: “Además, tened todos la misma mentalidad, sed compasivos, amaos fraternalmente, sed misericordiosos y humildes”. (1 Pedro 3:8)