1 Corintios 10:7
“Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar.”
A primera vista, los pecados que llevaron a los hijos de Israel a camino de perdición parecen no tener motivo ni razón aparentes, pero un examen más detenido revela que la raíz del problema era la falta de relación con el Dios vivo y verdadero. Por eso, cuando Moisés abandonó temporalmente la escena para reunirse con Dios en el monte Sinaí, el pueblo buscó algo que lo sustituyera. Era sólo cuestión de tiempo para que empezaran a adorar a un becerro de oro.
Cuando miras a profundidad en dicha situación, te das cuenta de que Moisés fue el primer ídolo del pueblo, y el becerro de oro, el segundo. Moisés fue tratado como un Dios por ellos, y cuando ya Moisés no estuvo, el pueblo creó un Dios a su manera.
Nosotros hacemos lo mismo cuando remodelamos a Dios basándonos en nuestra propia imagen. Cuando hacemos a Dios políticamente correcto, cuando alteramos Su palabra para adaptarla a los principios morales que muchas veces son pervertidos y errónes en este, nuestro tiempo, convirtiendo nuestro accionar, en verdadera idolatría.
Y es que llevados muchas veces por el impulso del mundo, hasta de forma no conciente, esstamos remodelando a Dios porque no nos sentimos cómodos con lo que dice. No nos gustan Sus normas. Así que si podemos rehacer a Dios a nuestra imagen, vivimos como queremos y caminamos como nos gusta.
El cristiano que no esté atento puede caer en buscar crear una “ensalada celestial” en la que pueda moverse. Buscar elegir los atributos de Dios que más le gusten y dejar el resto. Es un “paseo a la carta con Dios”.
Por ello, cuando moldeamos a Dios y Su palabra a nuestra imagen y valores, se convierte en un acto de idolatría similar a la creación del becerro de oro por los hijos de Israel.