Salmos 103:5
“El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila”.
El Señor, es el buen pastor que da la vida por sus ovejas, y nosotros como su rebaño somos objeto de Su gran amor, bondad y misericordia al recibir de Él la voluntad constante de satisfacernos en todo: con la enseñanza más valiosa, con el consejo más oportuno, mostrándonos la senda que nos lleva a la verdadera vida.
Sin embargo, ante la voluntad de Su amor, que es persistente, queda de nuestro lado una última acción, sin la cual tal voluntad no tendría efecto: el elegir seguirle fielmente. Y es esto algo que el mismo salmista subraya sin lugar a dudas, la vereda del Señor es claramente por Él alumbrada, pero ¿de qué vale ella si elegimos escoger nuestros propios caminos?
El saciar la boca, como lo menciona el versículo de hoy, se refiere a una bendición que es producto de elecciones, actitudes y aptitudes correctos conforme a lo que Nuestro Padre Celestial espera de nosotros; no de algo que mágicamente nos libre automáticamente de todas nuestras luchas.
La acción de Dios, de voluntariamente querer guiarnos a través de los pasos correctos, siempre que de su mano, caminemos con fidelidad, nos saciará de toda falta, nos colmará de toda provisión necesaria y nos bendecirá siempre, no con lo que queremos, sino con lo que suficientemente necesitamos, a fin de estar renovados y aptos para los nuevos desafíos que lo glorifiquen y le brinden toda la honra, que solo Él merece.