Éxodo 19:4-5
“Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.”
Los que oyen palabras de sabiduría y no las aplican son como los receptores de la semilla en la parábola de Jesús del sembrador (Mateo 13:20-22). Ellos oyen la verdad. La entienden. Incluso están de acuerdo con ella. Sin embargo, no tiene ningún beneficio para ellos. Esa no es fe genuina. Santiago concuerda (Santiago 1:22-24): oír, entender y estar de acuerdo sin poner en práctica es una dinámica autoengañosa.
Parece fe, pero no efectúa ningún cambio en la vida del oyente. Se necesita algo más: diligencia, por ejemplo. Y acción. Dios y su verdad deben atesorarse más que cualquier otro afecto de nuestro corazón.
EN HECHOS ¿Dónde está tu afecto? ¿Oyes la verdad y luego giras tu corazón hacia otras cosas? No retendremos lo que hemos oído o leído si no reflexionamos en ello por algún tiempo, dándole vueltas en nuestra mente y asegurándolo dentro de nuestro corazón. No seremos transformados y no creceremos si oímos pasivamente.
Debemos fijar nuestro afecto en la sabiduría de Dios, actuar en base a ella y alejarnos de cualquier rival filosófico o material. La promesa por hacer eso es asombrosa: vida y salud. La verdad y la rectitud son poderosas; son la esencia de nuestra vida.
Una gema de ese océano (la Biblia) vale por todas las piedrecillas de los manantiales terrenales.