Nuestra seguridad está en Dios

Salmos 46:3

“Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza.”

En su confesión de fe, el salmista continúa describiendo la grandeza de Dios y su condición de sostenedor de quienes le sirven con el corazón quebrantado y el deseo de aprender y vivir en él.

Si pudiéramos contextualizar las palabras del escritor sagrado, seguramente un tsunami y un terremoto serían de gran valor en esta ilustración.

Si recuerdan las imágenes y los reportajes que narraban hechos de esa magnitud, les vendrá a la mente lo desolada y desorientada que estaba la gente ante esas tragedias.

El siervo del Señor puede encontrar sustento, ayuda y alivio incluso ante los acontecimientos devastadores de su vida; es esta esperanza la que el salmista destaca y atestigua cuando se refiere a la persona de Dios.

Servir a Dios es una experiencia que comienza en el corazón del hombre, no en un edificio o en un grupo de personas; por lo tanto, esta condición puede involucrar a cualquier persona en cualquier parte del mundo.

El salmista no temía nada (versículo 2), incluso las tragedias más impactantes, porque en su corazón estaba la seguridad de la presencia de Dios. Esto no significa ausencia de sufrimiento, sino la seguridad de un bálsamo para los eventuales tratamientos.

Dios es un bálsamo para la vida de quienes lo eligen como refugio.

 

 

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