Salmos 62:9-12
“Por cierto, vanidad son los hijos de los hombres, mentira los hijos de varón; Pesándolos a todos igualmente en la balanza, Serán menos que nada. No confiéis en la violencia, Ni en la rapiña; no os envanezcáis; Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas. Una vez habló Dios; Dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder, Y tuya, oh Señor, es la misericordia; Porque tú pagas a cada uno conforme a su obra.”
En el versículo de hoy el salmista nos motiva a pensar de una manera algo diferente, invitándonos a reparar que lo material no lo es todo, cuando hablamos de seguir a Dios. Algunas veces, el Señor puede llamarnos a realizar tareas por la que no obtengamos paga alguna, pero nuestra voluntad y determinación deben mantenerse siempre altas, confiando que basados en la fe, el Señor se encargará de satisfacer todas nuestras necesidades.
Un amigo me contó que una vez habló con su padre sobre su deseo de servir en una organización encargada de cuidar a personas sin hogar. La respuesta que obtuvo fue: “¿No quieres ser abogado?” Así se mantuvo su padre repitiendo esa pregunta una y otra vez, pero no logró convencerlo. Aquel amigo sabía a qué llamado debía responder para glorificar al Señor.
No existe nada de malo en obtener opiniones de otros, no existe nada de malo en pensar en nuestro bienestar material; el problema reside en pensar que lo material es un requisito indispensable para sentirnos bien con nosotros y agradar al Señor.
Recuerda que el llamado es hecho por Dios y en cualquier trabajo u obra en la que te encuentres el objetivo siempre debe ser el mismo: servir con gratitud y fidelidad al Señor, porque Él en ese momento te necesita allí.