El trabajo del Espíritu Santo es recordarnos que cuando hay un Dios amoroso de nuestro lado nada es fatal ni definitivo. Las emociones son poderosas y Dios sabe que, si no se controlan, pueden apoderarse de toda nuestra existencia.
También sabe que a Satanás le encanta explotar las emociones descontroladas con mentiras que nos llevan a cosas autodestructivas y dañinas. Pero el Espíritu Santo no sólo está ahí para los bajones y los malos momentos. Él también está allí para moderar nuestros éxitos para que no lleguemos a la pendiente resbaladiza del orgullo y la autosuficiencia.
El Espíritu Santo siempre revelará la mente de Cristo en la toma de decisiones y nos moverá en la simple dirección de hacer esa cosa que muestra el amor a Dios y el amor a la gente. Las huellas del Espíritu Santo son sinónimo de sencillez espiritual, que conduce a la caridad y la integridad.
El Espíritu Santo cambia la forma de pensar en nosotros mismos para crear un hombre seguro y aceptado que busca agradar a Dios, frente a un hombre inseguro que lucha por la aceptación de los demás, que busca la aprobación de los demás y pierde su identidad en el proceso. El Espíritu Santo nos dice una y otra vez: Tu papá te ama. Cuanto más le permitamos ser el principal formador de nuestros pensamientos, más actuaremos sobre estos pensamientos, lo cual impacta totalmente nuestra relación con Él.