Génesis 12:1
“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.”
La salvación en el antiguo y el nuevo testamento siempre se da al pecador indigno por la gracia de Dios a través de la fe en su Palabra.
La salvación es un don gratuito de la gracia de Dios, que viene a través de la confianza en la Palabra de Dios encarnada. Cuya sangre derramada en el Calvario pagó la pena total y definitiva por el pecado, pues sin el derramamiento de sangre no hay perdón.
Abram fue llamado de un mundo de pecadores perdidos, que se habían alejado del Dios vivo y verdadero para adorar y servir a las cosas creadas en lugar de al Creador.
La humanidad se había sumido en una espiral de sórdidos pecados, prácticas impías y rechazo del Señor, pues desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, su poder eterno y su naturaleza divina, se han visto y comprendido claramente a través de lo que se ha hecho, de modo que la gente no tiene excusa.
Pero, el Dios de la gloria llamó a un gentil de 75 años, pagano y sin hijos, que vivía en la ciudad idólatra de Ur, donde se adoraba a un dios de la luna para que se convirtiera en el Padre de una nación elegida. Abram fue llamado a ser el vehículo a través del cual nacería el Salvador del mundo y respondió creyendo en la Palabra del Señor
Dios habló a Abram y le dijo Sal de tu tierra y deja a tus parientes, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré; y él creyó en la Palabra de Dios. Abram escuchó la Palabra del Señor y creyó que Dios sería fiel para cumplir lo que había prometido y esa simple fe de Abram, que confió en la Palabra del Señor le fue acreditada para y por justicia porque la fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios.