Génesis 1:26-27
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.”
Una de las expresiones más sorprendentes que se encuentran en las Escrituras se encuentra aquí, en Génesis 1:1-31. Hagamos, dice Dios, al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y el texto continúa: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Las dos palabras hebreas utilizadas aquí para definir la esencia humana son selem, que significa imagen o representación, y demut, que implica comparación. Cuando se vinculan, hacen una declaración teológica decisiva.
La esencia de la naturaleza humana sólo puede entenderse por comparación con Dios mismo. Nunca podremos entender al hombre remitiéndonos a un supuesto surgimiento de bestias prehistóricas. En un acto creativo totalmente único, Dios le dio a Adán no sólo la vida física, sino también la condición de persona: su propia capacidad de pensar, sentir, evaluar, amar y elegir, como individuo consciente de sí mismo.
El propio relato del Génesis subraya la singularidad humana. Todos los demás aspectos de la Creación fueron creados por la palabra de Dios. Sin embargo, para el hombre, Dios se rebajó a crear personalmente un cuerpo físico, y luego infundió suavemente y con amor ese cuerpo con vida. Para que no se confundiera la intención de Dios, éste creó a Eva a partir de una de las costillas de Adán. El Génesis es claro. Adán y Eva comparten la misma sustancia. Participan por igual de la imagen y semejanza que se le dio a los seres por sí solos.
Este relato hace algo más que explicar los orígenes del hombre. Tiene el poder de moldear nuestras actitudes más básicas hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Pensemos en ello. Si estoy hecho a imagen y semejanza de Dios, entonces debo tener valor y valía como individuo. Es irrelevante compararme con los demás si mi ser esencial puede entenderse por comparación con Dios. Sabiendo que Dios me hizo a su imagen, aprendo a amarme y a valorarme.
¿Te has dado cuenta de cómo tratamos las cosas que valoramos? Llevamos el reloj o el vestido nuevo con orgullo. Cuando lo dejamos a un lado, lo hacemos con cuidado, poniéndolo en un cajón donde no se dañe o estropee.
Si tú y yo comprendemos el valor de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, llegaremos a apreciarnos también a nosotros mismos. Nos negaremos a ser degradados por los demás, y rechazaremos las tentaciones que puedan dañarnos física o espiritualmente. Porque somos portadores de la imagen y semejanza del Creador, somos demasiado significativos para estropearlo.