1 Corintios 9:26
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire”.
De la misma manera que un corredor olímpico se le es asignado un carril por el que participe en la competición de velocidad y se mantenga en dicho carril para no ser descalificado, así nosotros corremos la carrera de la vida, asistidos del carril que nos proporciona el Señor mediante Su Palabra para vencer la competencia en contra de nuestros principales obstáculos: El mundo, la carne y el enemigo.
Y ante esa realidad, debemos tener presente un detalle muy importante: El objetivo no es superar a alguien. El objetivo es superar esas influencias perversas que pueden hundirnos.
Puedes justificar tu ritmo lento señalando a la gente que sigue corriendo detrás de ti, pero probablemente también haya gente delante de ti.
No debes preocuparte por quién está detrás o delante sino por cómo te has superado a Ti mismo. Dios no te ha llamado a correr la carrera de otro. sino a buscar Su gloria corriendo Tu propia carrera.
Un incidente en la vida de Pedro ilustra esta verdad. Después de que Pedro negara a Cristo y fuera restaurado por el Señor, Jesús le dijo: Sígueme. Entonces el Señor comenzó a decirle a Pedro cómo terminaría su vida.
Mientras hablaban, Pedro se dio cuenta de que otro discípulo, Juan, caminaba detrás de ellos y preguntó: ¿y qué de este? (Juan 21:21); La respuesta de Jesucristo fue un contundente ¿qué a ti? como diciendo a Pedro mírate a Ti y no a él, para sentenciar con un definitivo: Sígueme tú.
Veamos la viga en nuestro ojo primero que en la de nuestro hermano y aseguremos nuestro avance en esta carrera, pues a pesar de que tendremos la grandiosa compañía de muchos hermanos y sobretodo del Señor, esta carrera será siempre única y particular de cada siervo fiel de Dios.