1 Crónicas 4:10
“E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!, y le otorgó Dios lo que pidió.”
Todo tiene un “Porqué” y basados en ésta premisa parte la oración correcta.
La oración es un mecanismo de acceso, un espacio de transición espiritual, un elemento de renovación, un lenguaje de comunicación espiritual.
La oración alcanza su máximo potencial cuando se alínean: la fe, el tiempo correcto, el lenguaje correcto, la humillación y el poder de Dios activo.
Vemos esto en la oración de Elías para pedir fuego del cielo. Tenía la fe, porque ya Dios le había prometido el milagro. Era el tiempo, porque Dios mismo lo había mandado al Monte.
Era el lenguaje, porque era la oración correcta. Se humilló, ésta vez no dijo que era por su palabra. Y el poder de Dios estaba esperando la oración para enviar un meteorito que había sido previamente preparado para responder a esa oración en el tiempo justo.
Vemos otro ejemplo en Jesús frente a la tumba de Lázaro. Tuvo la fe, por eso fue a pesar de tener cuatro días y tenía la convicción que Lázaro resucitaría. Fue en el tiempo, no se adelantó a su parecer, el plan mayor decía que era al cuarto día y él respetó eso. Usó el lenguaje, sólo dijo: “Padre yo sé que me oyes” sabía que más que ordenar a Dios, él mismo estaba apegado a su voluntad.
Estas son oraciones que involucran a otros, pero la oración más difícil es la que te involucra a ti mismo. La oración que debes hacer cada día para que incluso lo bueno, no te mate.