Juan 18:10
“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.”
No es fácil atender una situación en la que se requiere un alto nivel de concentración y carácter. Sin embargo, de eso se trata actuar con madurez.
Pedro era el discípulo impetuoso, atrevido y con mayor temperamento que Cristo haya tenido.
Quedó demostrado en este episodio, en el que llevado por las emociones y la amenaza, actúa como un Soldado y no como un apóstol. Había aprendido que así se peleaban las conquistas, pero descubriría que el Reino de Jesús se establece con amor y no con armas.
¡PEDRO LLEVABA UNA ESPADA!
En la pezca Milagrosa… Con Su espada
Caminó sobre el mar… Con su espada.
En la transfiguración… Con su espada.
En el Sermón del monte… Con su espada.
En la multiplicación de los panes y peces… Con su espada.
En la Gran Cena… Con su espada.
En el Getsemaní… Con su espada.
Pero llegó a un punto de quiebre.
Porque al enemigo no lo interesa que la caída sea pronta, sino que sea segura.
Pedro escondió aquello que podía avergonzarlo públicamente cuando podía deshacerse de eso en privado.
Ya había oído “VELAD, para que no entren en tentación” y ni aún así botó la espada.
Lo que debía ser un trámite espiritual y de sumisión para cumplir con el plan divino de la cruz, por poco se ve empañado por un arma de guerra letal de alguien que no comprendió las palabras de Jesús.
Pero Jesús volvió ese desastre de Pedro en otro milagro del Reino y sembró un testimonio diferente.
¡ES TIEMPO DE SOLTAR!
Esa arma que hiere, que mata, que enferma, que te resta, que te hace vanidoso, te hace débil, temperamental, fracasado en secreto, triste, frustrado y te avergüenza!
Es tiempo de soltar ese instrumento y construir el Reino Con amor y Restauración.