Éxodo 3:10-12
“Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel. Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”
El problema de las excusas es que nos acostumbran a evadir una responsabilidad y sin que nos demos cuenta debilitan nuestra determinación para alcanzar los objetivos que en Dios nos hemos planteado. Además son una barrera que se interpone entre nuestras verdaderas capacidades y talentos y lo que el Señor nos llama a realizar usando esas capacidades.
Así ocurrió con Moisés. Luego de 40 de dejar Egipto y ya con 80 años El Señor le encomendó liberar a los hijos de Israel de la esclavitud egipcia guiándolos a la tierra prometida. Ante este llamado Moisés presentó varias excusas de porque no era, desde su punto de vista, el indicado para realizar esa tarea. Consideró su edad avanzada, dudó en su capacidad para hablarle al pueblo de Israel y fundamentalmente olvidó las poderosas palabras que sostenían el mandato de Dios: Ve, porque yo estaré contigo.
Las excusas de Moisés le impidieron al principio, ver una gran verdad: Junto a Dios todo es posible. En Él lo insuficiente se hace abundante, lo ignorado se hace conocimiento, lo desconocido y temido, se convierte en un camino superado y transitado.
Reconozcamos, claro nuestras debilidades y limitaciones, porque la verdad es que todos las tenemos. Sin embargo, no hagamos de ellas una excusa para no emprender el camino que en un momento determinado, Dios nos ordena tomar.
No dejemos como Moisés, que las excusas nos impidan, en un momento dado, ver la gran verdad que dicta la palabra: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Si Dios te ha llamado a acometer su voluntad, lo único que necesitas, es saber que su presencia será constante en el camino y con ella nada podrá fallar.
Cuando el Señor nos llama y nos confía su compañía, una sola es la respuesta: “Heme aquí mi Dios, estoy preparado junto a Ti”.