Lucas 18:8
Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?
En la vida espiritual la perseverancia es una de las cualidades indispensables para alcanzar la victoria. Tiene un peso incalculable porque la mayoría de las conquistas en el reino son lentas y trabajosas; solamente las disfrutamos luego de un prolongado período de esfuerzo. Requieren la disposición de persistir en caminar en una misma dirección aun cuando veamos, en lo inmediato, pocos frutos por nuestro esfuerzo.
Cristo sabía que el desánimo sería uno de los enemigos a derrotar en la vida de sus discípulos. La disparidad entre el esfuerzo invertido y los frutos cosechados los llevaría a cuestionar si un proyecto realmente valía el sacrificio que exigía. Por esto, en varias oportunidades les advirtió que debían perseverar en el camino que les había señalado.
Compartió la parábola de la viuda con el juez injusto, en Lucas 18.1-8, como parte de ese proceso de formar en ellos esta característica. Su intención, según el autor, era enseñarles «sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar» (v. 1). La viuda, que es el personaje principal de la historia, logra reivindicar su situación mediante una porfiada insistencia que no admite una negativa por parte del juez injusto. La inacción de él no la disuade. Lo acaba agotando con sus reclamos de una solución justa para la situación que enfrenta.
Jesús señala, en la conclusión de la parábola, cuál es el ingrediente que permite mantener viva esta obstinación cuando todo invita a claudicar. Lo hace por medio de una pregunta comprometedora: cuando él regrese «¿hallará en la tierra?» (v. 8).
La fe es una convicción inamovible de que algo inexistente en el presente será una realidad, visible y palpable, en el futuro. Puede tratarse de un ministerio, una conversión, los recursos para un proyecto, la transformación de un pueblo o la plantación de congregaciones donde no las hay. El elemento que une a todos estos objetivos es la convicción inamovible de que, en algún momento, dejarán de ser un sueño y se convertirán en un hecho incontrovertible.
Esta fe solamente puede mantenerse vigorosa cuando existe una férrea convicción de que el Padre se deleita en responder a las peticiones de sus hijos. Aunque el tiempo que pasa entre pedido y respuesta rara vez coincide con nuestro cronograma, la convicción de que responderá nunca se debilita. Detrás de esa seguridad existe certeza acerca del corazón bueno y compasivo que posee. El clamor de sus hijos nunca cae sobre oídos sordos. No nos ignora, ni se fastidia ante nuestra insistencia. Se ha propuesto hacernos bien, y aun la demora en responder manifiesta su compromiso de invertir en nuestra vida.