Mateo 5:37
“Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.”
Hay diferentes maneras de decir “sí”. Puedo hacerlo porque no me atrevo, aunque quiera, a decir no. Puedo decir “sí”, pero inmediatamente olvido mis palabras y continúo como antes, por omisión inconsciente o por no haber entendido el pedido que me han hecho. Puedo decir “sí”, pero poner condiciones, o puedo decir “si” completamente.
Este último caso sería el de decir el perfecto y verdadero “sí”, lo que demuestra mi confianza en mi interlocutor y me compromete plenamente. Ese es el sí de los novios antes de la celebración de la boda. Ese es también el “sí” de la fe.
El Señor viene a mí y me pide: Dame, hijo mío, tu corazón (Proverbios 23:26). Sabe muy bien lo que me impide decir que sí sin restricciones: el amor propio, el miedo a ser diferente, el precio de dejar la comodidad, etc. Nadie puede acompañarme hasta el final de esta decisión excepto Él, porque me ofrece el perdón de mis pecados.
Seguir a Dios es un acto de fe y el camino hacia la libertad. El verdadero “sí” nunca puede ser dicho a la fuerza. Ese sí lleva a una nueva vida y al sendero que realmente debemos recorrer. En cada paso del camino de la fe tengo que repetir mi “sí” al Señor, obedeciéndole en todo. Es un compromiso creciente. Cuanto más lejos voy, menos me cuesta hacerlo.
Decir “sí” es reconocer mi pasado, con sus aciertos, pero con sus errores; es aceptar el presente con sus limitaciones y, finalmente, es confiar cada vez más en El Señor, ahora y siempre, pase lo que pase, venga lo que venga, enfrente la adversidad que enfrente; Así sea.