Salmos 141:3-4
“Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites.”
Quédese callado! Cuando el problema esté amenazando, ¡quédese callado! Cuando la calumnia se esté levantando, ¡quédese callado! Cuando hieran sus sentimientos, ¡quédese callado, por lo menos hasta que se haya recuperado de su agitación! Las cosas se ven diferentes con los ojos serenos.
Una vez, estando turbado, escribí una carta y la envié, y lamenté haberlo hecho. Años después también me sentí turbado y escribí otra larga carta. La vida me había impregnado con un poco de sentido común y guardé la carta en mi bolsillo hasta que pude examinarla sin agitación y sin lágrimas, y me alegré de haberlo hecho: cada vez parecía menos necesario enviarla. No me parecía que sería perjudicial, pero en mi vacilación aprendí a ser discreto y finalmente, la destruí.
¡El tiempo obra maravillas! Espere hasta que pueda hablar con calma y entonces quizás ya no será necesario que hable. Algunas veces el silencio es lo más poderoso que se puede concebir. Es la fuerza en toda su magnitud; es como un regimiento al que le han ordenado guardar silencio en el furioso fragor de la batalla.
Precipitarse sería mucho más fácil. No se pierde nada aprendiendo a quedarse callado.
El silencio es un gran pacificador.