Salmos 46:4
“Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, El santuario de las moradas del Altísimo.”
El salmista, en su expresión de fe, contempla la presencia de Dios en medio de su pueblo y lo registra mediante elementos ilustrativos.
Un río que fluye hacia Dios simboliza la llegada y la concentración de todos los que van a esa reunión.
Pero no son aguas ordinarias, son corrientes (un movimiento que indica una dirección) que están llenas de regocijo y producen alegría. La dirección tomada es la que nos lleva a Dios, a su ciudad, al lugar de culto.
Dios es nuestro gran refugio cuando confiamos y descansamos en él, pero también es el centro al que debemos dirigir nuestra vida.
No basta con pensar o saber que Dios es algo maravilloso, hay que vivirlo en nuestra propia vida; así que cuando divisamos el río que nos lleva a su presencia, debemos sumergirnos en él para desembocar en el lugar donde Él está.