Salmos 42:5
“¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”
La esperanza es como la alondra en el campo de batalla. No cantará en una jaula dorada. No se remontará en un ambiente de lujo.
Pero las almas valientes que se exponen sin temor a favor de Dios y de sus hermanos en el campo de batalla de la vida escuchan la canción del Señor, caminan en su presencia victoriosa, regocijan sus corazones en Su amor incondicional y producto de esas dádivas maravillosas que sólo Él, en su gracia infinita nos provee, se fortalecen y se alegran, en cada paso del sendero que Él los ha enviado a transitar.
Se sabe que las personas que se aferraron a la esperanza, aparentemente con muy poco que esperar, dijeron:
“Entonces nuestra boca se llenará de risa, seremos como los que sueñan.” Y fueron como los que sueñan y la alegría tomo cuenta de sus rostros.
La marea puede bajar, el viento puede cambiar. ¡No es la primera vez que del accionar grandioso de Dios en nuestra vida, ha surgido algo nuevo, siempre para nuestro bien!