Deuteronomio 8:2
“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído YAHVEH tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. “
En este versículo encontramos resumido el accionar de Dios hacia Israel durante los cuarenta años en los que el pueblo vivió en el desierto. Las pruebas, que siempre parecían ser fortuitas, eran orquestadas por el Señor con un propósito muy claro: saber si existía en el corazón de ellos la disposición de guardar o no sus mandamientos a pesar de las pruebas y dificultades que transitaban.
Siempre que he leído este versículo he interpretado que este conocimiento era algo que procuraba el mismo Señor. Hace poco, sin embargo, percibí que posiblemente el texto tiene un sentido diferente, quien podría revelarse en el texto del Salmo 139: Oh Yahveh, tú me has examinado y conocido.
Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y he aquí, oh Yahveh, tú la sabes toda. (139.1-4). Dado el extraordinario nivel de conocimiento que Dios posee acerca de quiénes somos, queda claro que Él no requiere una prueba para descubrir qué es lo que hay en nuestro corazón.
Tal como el Señor le señaló a Samuel, cuando este fue a ungir a uno de los hijos de Isaí: Dios no se guía por lo que es visible a los ojos humanos, sino por aquello que está escondido en el corazón (1 Samuel 16.7).
El sentido de la palabra “saber”, en el texto de Deuteronomio, es: traer a la luz, mostrar, dar a conocer. Es decir, en la prueba el Señor nos permite descubrir el verdadero estado de nuestro propio corazón, algo que él ya conoce.
¿Por qué tiene importancia para nosotros este conocimiento? Porque el Señor busca que seamos colaboradores con Él en el proceso de transformación que lleva adelante en nuestra vida. Si desconocemos la realidad de nuestro corazón, creeremos que es innecesario su trato hacia nosotros.
Pero cuando descubrimos actitudes y convicciones atrincheradas que lo deshonran, entendemos que necesitamos ser cambiados por el poder de su accionar en nuestro hombre interior. Cuando Él comienza ese proceso de transformación, ofrecemos menos resistencia a su trato. Entendemos que, aunque resulte dolorosa, su disciplina es necesaria. Y por ser necesaria, al final abrazamos el proyecto de Dios.
Cuando te encuentres en medio de una intensa prueba, considérala como tu mejor oportunidad de conocerte a ti mismo. Al presentarte delante de Dios, puedes hacerlo con plena luz sobre las esferas de tu vida que necesitan ser transformadas.