Salmos 34:11-12
“Venid, hijos, oidme; El temor de Yahveh os enseñaré. ¿Quién es el hombre que desea vida, Que codicia días para ver bien? “
El salmista extiende una invitación de manera interesante, habla a los “hijos”, es decir, exclama desde la sabiduría del Padre que puede orientar y corregir. Se ofrece a hablar de las maravillas de Dios y de cómo ha actuado en su vida, por lo que su deseo es probarlo y demostrarlo de manera incisiva.
El salmista hace una declaración concreta: “Te enseñaré el temor del Señor”; ¿es posible enseñar a otra persona a temer a Dios?
El escritor sagrado dice que las experiencias personales con Dios serían capaces de generar en los corazones de esos hijos un guión claro del mejor camino a la vida; es decir, podrían aprender a ser felices, pero tenían en sus manos la opción de seguir o no tal orientación.
Seguir al Señor y temerle no hace a sus siervos “superhombres” o “invencibles”, pero lo que el salmista señala a esos muchachos es que escoger servir a Dios les haría más sabios en las elecciones de la vida, y así podrían seguir los mejores caminos; aunque no fueran fáciles, el Señor estaría con ellos para sostenerlos.
No hay nada más triste en la vida que caminar sin rumbo, sin dirección, cayendo y levantándose ante las luchas, sin nadie que nos sostenga o nos levante en las caídas; lo que el salmista quiere enseñar a esos “hijos” es que caminar con Dios preserva nuestra vida.