Salmos 34:2-3
“En Yahveh se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán. Engrandeced a Yahveh conmigo, y exaltemos a una su nombre.”
El efecto producido por el elogio se percibe en el alma y no sólo en los oídos; es evidente que cuando vemos una actuación musical de un cantante o grupo que nos gusta, en nuestra vida secular, puede producir emoción y alegría en nuestro corazón.
Estos sentimientos completan las lagunas emocionales y relacionan nuestros sentimientos con momentos significativos de nuestra vida en este mundo. Pero la alabanza a Dios es algo que tiene implicaciones espirituales, que registra en nuestro corazón, mente y alma la impactante acción del Señor.
Cuando escuchamos la voz de Dios, nos inunda una alegría que va más allá del sentimiento y la razón humana; esto es porque la acción de Dios trasciende todo lo que vivimos en este mundo y tiene implicaciones para la eternidad.
El salmista comparte con los que le rodean una invitación a vivir la alegría que experimentó en su corazón a través de su relación personal con Dios; magnificó al Señor a través de su alabanza personal, pero también quiso compartir ese sentimiento con su familia, amigos y compañeros creyentes.
La alabanza, vivida y sentida en el corazón, es algo que no podemos contener dentro de nosotros mismos, es necesario que compartamos con aquellos que amamos y queremos bien; alabar a Dios es una actitud que nos impulsa a querer estar cerca de la gente.