Génesis 15:1-2
“Después de estas cosas vino la palabra de Yahveh a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Yahveh, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?”
En el versículo de hoy puede percibirse una cierta irritación en la voz de Abram; en una especie de paráfrasis: “Señor, gracias por ser mi recompensa. Pero… Lo que realmente quiero es que cumplas tu promesa. ¡Quiero un hijo!”. Dios le había prometido a Abram, entonces de 75 años, muchos descendientes (Gen 12.4). Tenía 100 años cuando finalmente nació Isaac (Gen. 21:5). Eso significa que Abram y Sarai esperaron 25 años por la promesa.
No sabemos cuánto tiempo esperó Abram en este punto de la historia, pero la Biblia dice que tenía 86 años cuando nació Ismael (Génesis 16:16), por lo que podemos imaginar que esta conversación entre Dios y Abram tuvo lugar en la primera década después de la promesa.
¿Cuánto tiempo esperas las respuestas a tus oraciones? ¿Es una semana demasiado larga? ¿Y un mes? ¿Esperar un año parece estar más allá de nuestro peor pronóstico, para ese objetivo que queremos cumplir? Ver que Abram esperó durante un cuarto de siglo, es una muestra de su fe, sólida y tenaz y una esperanza de que en Sus tiempos El Señor siempre oye nuestro clamor.
¿Qué respuesta de Dios estás esperando? ¿El regreso de un hijo rebelde? ¿La salvación de un miembro de la familia? ¿La restauración de tu matrimonio? ¿Un trabajo? ¿Una cura? Sea cual sea la razón, sigue orando y esperando. Dale la petición a Dios y déjalo operar a su tiempo. La calidad de la respuesta valdrá, con seguridad, muchas veces más, que la espera.