Salmos 119:1-2
“Bienaventurados los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Yahweh. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, Y con todo el corazón le buscan.”
Todos tenemos ambiciones y deseos. Y aunque ellos no son necesariamente malos, debemos analizar nuestras prioridades. ¿Dónde invierto mi tiempo y mis energías? ¿Qué cosas o quiénes ocupan mis pensamientos? Pero, por más importantes que sean las responsabilidades y las relaciones terrenales que tengamos, no pueden compararse con el valor de una vida dedicada a buscar al Señor.
Primero que todo, pensemos en lo que significa buscar algo. La palabra denota un fuerte deseo y una búsqueda enérgica para tenerlo. Suponga que usted descubrió una mina de oro en su propiedad. No daría una tranquila vuelta de vez en cuando para verla. No. Se buscaría un equipo para explotarla, y cada día se afanaría por sacar el precioso metal de las piedras.
De igual forma, buscar al Señor no se trata de tener un encuentro fugaz y ocasional con Él, sino esforzarse al máximo por conocerle más íntimamente y seguirlo más de cerca. Quienes buscan sin reservas esta clase de comunión con Dios, están decididos a pasar tiempo con Él; quieren también abandonar todo lo que pueda ser un obstáculo para crecer en su relación con el Señor. Los seguidores fieles de Dios reclaman audazmente sus promesas, y confían en que Él cumplirá su palabra. Sus experiencias con el Señor les dan una satisfacción grandiosa que hacen que tengan más hambre de Él.
La vida cristiana ha de ser una búsqueda de Dios. Disfrutar de la salvación y mantenerse inactivo, sin acercase más a Él, es perderse los tesoros que hay a nuestra disposición en Yahshua. Quienes le buscan pronto descubren que conocerle es la recompensa más grande de todas.