Eclesiastés 2:26
“Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo.”
El rey Salomón no fue solo el hombre más sabio que jamás ha existido (1 R 3.12), sino que además fue bendecido con una riqueza inimaginable y con el privilegio de construir el templo de Dios. Por eso, podemos esperar que conociera el contentamiento profundo.
Con ese fin, Salomón se dedicó a estudiar y explorar toda clase de cosas. Eclesiastés nos dice que se entregó a los placeres del mundo, incluso incursionando en actividades que reconoció como una locura, para ver si había algo de valor en ellas. Pero la satisfacción que Salomón buscaba lo esquivaba, y llegó a la conclusión de que la complacencia para consigo mismo carecía de valor.
El rey probó otra vía para sentirse realizado: el logro personal. Llevó a cabo grandes proyectos, como la construcción de casas para sí mismo, la mejora del medio ambiente con jardines y parques, y la implementación de un proyecto de irrigación en gran escala (Ec 2.6). El rey tenía todo lo que podía necesitar para disfrutar la vida, pero al final, descubrió que nada tenía sentido.
La historia tiene un tono familiar, ¿verdad? Nuestro mundo tiene muchas personas educadas y exitosas, pero también mucha insatisfacción con la vida. Nuestra cultura busca el placer y no acepta límites a sus pasiones. Lamentablemente, esa falta de moderación ha arruinado muchas vidas.
Salomón tenía la sabiduría y los recursos para hacer todo lo que quisiera. Pero los objetivos a los que se dedicó no le produjeron una satisfacción duradera. Concluyó que lo mejor era obedecer a Dios (12.13). El gozo verdadero se obtiene cuando armonizamos nuestras vidas con la voluntad de Dios.