Santiago 1:5-6
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.”
Si creemos que Dios es quien Él dice ser, y que hará lo que ha prometido, ¿por qué vacilamos en nuestras oraciones? En vez de ejercer una fe audaz, venimos al Señor “con la esperanza” de que nos escuchará y responderá nuestras peticiones, pero sin la confianza de que lo hará. Con esta manera de pensar no podemos esperar recibir nada de Él.
Una razón por la que somos tan propensos a dudar, es que no somos capaces de ver a Dios obrando en nuestras circunstancias. Le pedimos, y no pasó nada. Pero el Señor no es un mozo de hotel que salta a hacer lo que le pedimos. Él ve el pasado, el presente y el futuro, y sabe el momento adecuado para cada respuesta. Su mano ya está en acción en beneficio nuestro, disponiendo las situaciones para llevar a cabo su voluntad, abrir los corazones, y prepararnos para recibir lo que Él quiere dar.
Otro motivo de incertidumbre es la ignorancia. Si no conocemos los caminos del Señor, nos sentiremos decepcionados por su respuesta. Muy a menudo nuestras oraciones están acompañadas de expectativas de cómo va Él a actuar. Por eso, cuando Él no interviene de acuerdo con nuestro plan o con el método que esperábamos, comenzamos a dudar. Pero poner nuestra fe en el Señor y confiar en sus caminos buenos y perfectos nos da estabilidad mientras esperamos su respuesta.