Salmos 91.4
“Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad.”
Tengo frio. He escuchado a muchos decir tengo frio del pasado, frio de la vida, frio del alma. Frio que paraliza, que congela el movimiento, frio que atrapa, frio que roba el sueño, que empaña la visión, endurece el corazón y se lleva la vida esperando lo que nunca fue y debió haber sido, lo que fue y no debió, lo que causo este hielo.
Hielo en la mirada de aquel que amabas, más el amor se ha escurrido como la nieve. Nieve en el corazón al pensar lo que pudo ser y no fue, lo que pude dar y no di, lo que no viví, el pasado que padecí. Lo que perdí, en este invierno que parece sin final.
Quizás tú te sientes así, inmóvil, congelado, frisado por el temor, por el dolor o por la culpa, tienes frio y no tienes porque tenerlo pues tener frio es tu decisión, tu decisión de andar descubierto.
Recuerda que para el frió del invierno hay un abrigo para el frió del alma, se llama Dios.