Salmos 27:7-11
“Oye, oh Yahweh, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí, y respóndeme. Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Yahweh; no escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo; mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación. Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Yahweh me recogerá. Enséñame, oh Yahweh, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos”
Es cierto que uno de los juegos favoritos de los niños son las escondidas. Aquel juego donde un participante cuenta mientras otros buscan el mejor lugar para esconderse y luego son rastreados por el niño que cuenta hasta ser hallados uno a uno.
Imagina por un momento tratar de escondernos del Señor. ¿Suena ilógico? Podría parecerlo, pero cuando sentimos que hemos pecado, cuando somos conscientes de nuestro error, podría ser esa nuestra primera reacción: intentar buscar el mejor lugar para escondernos de Él, justo como cuando de niños intentábamos por cualquier medio, no ser encontrados.
Dios conoce donde estamos en cualquier situación. Salmos 33:13 dice: Desde los cielos miró Yahweh; vio a todos los hijos de los hombres; y de allí lo importante de buscar de Él, más aun el pecado, y no tratar de por temor alejarnos.
Él nunca se cansa de velar por nosotros, de perseguirnos; corremos, nos escondemos, pero constantemente Dios con su misericordia, procura alcanzarnos.
Incluso las personas más cercanas a nuestro alrededor, familiares, amigos, parejas, pueden fallarnos alguna vez, y por error o de manera inconsciente, traicionar de alguna forma nuestra confianza. Somos seres humanos y en nuestra imperfección tenderemos a errar. No obstante Él Señor nos ofrece otro tipo de relación, una de apoyo mutuo, cuidado y de poner al otro en un lugar de honor en el corazón.