Salmos 71:1-6
“En ti, oh Yahweh, me he refugiado; No sea yo avergonzado jamás. Socórreme y líbrame en tu justicia; Inclina tu oído y sálvame. Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, Porque tú eres mi roca y mi fortaleza. Dios mío, líbrame de la mano del impío, De la mano del perverso y violento. Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, Seguridad mía desde mi juventud. En ti he sido sustentado desde el vientre; De las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; De ti será siempre mi alabanza”
Recuerdo una vez haber visto la hermosa pintura de una casa que alumbraba desde la orilla rocosa la inmensidad del océano que tenía por delante. En el cuadro, se representaba a distancia un barco en el medio de una gran tormenta, que solo tenía como lumbrera el brillo que destellaba aquella casa y que se mantenía en medio de la catástrofe. Esa imagen siempre me llega a la mente al leer esta escritura y la noción de refugio que ella nos brinda.
Para el barco en medio del océano, aquella luz representaba una referencia, una vía de escape del peligro, de la destrucción, justo como el salmista que clama al Señor su guía, sabiendo que tiene en Él, lo único capaz de liberarlo de aquella sombra.
Algunos días necesitamos refugio. Necesitamos una luz que nos guíe a puerto seguro; a un mejor lugar donde podamos nuevamente retomar las energías y fuerzas para continuar.
No debemos buscar muy lejos porque una de las maravillosas cosas de Dios es que en nuestra fe, nos cuida por vocación y no por obligación. Es un padre misericordioso e incondicional que está para nosotros cuando incluso hemos podido olvidar estar para Él.