Nuestras promesas, siempre estarán condicionadas, sujetas a la imprevisión e inclinadas al incumplimiento. Ya que no trascendemos el tiempo, estamos limitados por él; y además no trascendemos el espacio, este nos restringe.
No obstante, a nuestro Señor nada lo coarta ni limita, nada lo restringe ni controla. Sus promesas son confiables, seguras, firmes e inmutables: pues tal como Él es, Sus promesas son.
Ellas son confiables en el tiempo: pues Él está por encima de él, lo creó y lo guía a sus propios fines; son seguras en todo lugar: pues su presencia no está delimitada de forma alguna; son firmes en toda circunstancia: pues su voluntad es en sí misma un decreto de obligatorio cumplimiento; son inmutables: pues son perfectas, santas, sabias y exactas, sin necesidad de cambio ni variación.
Un hombre podría prometerle a su esposa jamás desampararla, pero un terremoto podría interponerse, o quizás un horrible pecado, o una circunstancia de impotencia, o la muerte misma, y su promesa podría quedar prontamente sin valor alguno.
Pero cuando el Señor promete esto, podemos recibir su Palabra con plena certeza y esperanza. No importa si mi familia no está en medio de mi valle de sombra de muerte, o si el gobierno de mi país falla y hace de la sociedad un caos, o si mi propio pecado me llegase a ensuciar y llevar a un pozo cenagoso, o si mis amigos se apartaran de mí, o si todos mis bienes que parecían tan seguros se difuminaran en un día, el Señor Dios Soberano, Todopoderoso e Inmutable ha hablado, y Su Palabra, que no vuelve a Él vacía sino que hace todo lo que Él dice, se cumplirá: Él ha prometido que siempre estará conmigo.