Yahshua vino a esta tierra como un humilde siervo. Pudo haber elegido cualquier cuerpo, cualquier rostro. Podría haber nacido como un hermoso bebé pequeño que se convirtió en una estrella de cine de hombre. Podría haberse dado a Sí mismo esos penetrantes ojos azules que vemos en las pinturas.
Podría haber tenido un cabello precioso y una cara cincelada, y podría haber causado que la gente se desmayara en cada lugar que fuera. Pero, la Biblia nos dice que no tenía belleza o majestad que atrajera a las personas hacia Él.
Isaías 53.2
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.”
Era un tipo de aspecto ordinario. O tal vez incluso se lo consideró físicamente poco atractivo. No era Su rostro lo que Él quería que la gente recordara. Fue la gloria de Dios. Su única preocupación era traer gloria al Padre.
Tenemos el mismo poder de glorificación viviendo en estos cuerpos imperfectos hoy.
En lugar de pasar todo el día pensando cómo desearíamos que nos vieran los ojos físicos, deberíamos comenzar a orar para que nadie recuerde una sola cosa sobre nuestra apariencia física una vez que nos hayamos ido, que solo recordarán la luz que glorifica a Dios que se derrama de nosotros a donde quiera que vayamos, libre de nuestra antigua obsesión con nosotros mismos.