Algunos ven el hecho de no pecar, como el seguimiento de pasos rigurosos imposibles de cumplir y además muy incómodos. Cuando el Eterno nos dice que hagamos o no algo, debemos tener por seguro que hay bendición en la obediencia a su voz.
Pecar no es más que ir en contra de lo que es bueno para nuestras vidas. Cada uno de los mandamientos escritos en la palabra de Dios corresponde a una serie de recomendaciones que nos permitirán tener una vida a plenitud y en comunión con El.
Si analizamos lo que nos ocurre cuando pecamos, nos daremos cuenta que cada uno de ellos acarrea lamentables consecuencias, por ejemplo; quien comete adulterio anda con miedo, no está claro de lo que quiere y no puede actuar con libertad en su diario vivir.
Colosenses 3.5
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría.”
Hebreos 9.28
“También Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan.”
Cuando alguien practica pecado deliberadamente, dicho pecado se va convirtiendo en un peso que cada día es más pesado, y dijo el rey David al respecto que sentía que sus huesos se secaban cada día.
Cuando decidimos dar un vuelco en nuestra vida y obedecerle al Eterno, no solo le sacaremos una gran sonrisa sino que además tendremos una mejor calidad de vida.