Quizás te ha pasado que has estado en una situación de peligro inminente muy cerca y donde puedes sentir que tan frágil eres, y lo que puede llegar a suceder en tan solo un instante. Tu corazón late apresuradamente, tu piel se eriza, sientes que no puedes respirar, te sientes tan indefenso y tan poquito, no sabes lo que pueda llegar a pasar.
Tratas de pensar que todo aquello es solo parte de un mal sueño, pero evidentemente es algo que está sucediendo, salir de allí con vida es poco probable, te enfrentar a lo horrendo, sin embargo sacas fuerzas de tu interior e implorar piedad a Dios y ruegas porque sea su sangre preciosa, la que te proteja y cubra.
Como si un ejército completo te rodeará, como si mil ángeles te levantara, como si te hicieras invisible por un momento, el peligro que amenazaba hace tan solo unos instantes, parece desvanecerse y perder intensidad, se aleja del lugar y te deja en la más grande y completa paz, una paz que quizás no puedes comprender.
Esa paz la encuentras al invocar a Dios, al permitir que él te proteja, al entender que como un ejército a la defensiva, él siempre te apartara del peligro, solo acuérdate de pedir y pedir con fe, sus oídos se abrirán y te escucharan.