Sentir que tenemos el mundo en nuestras manos, que somos únicos, que tenemos toda la vitalidad y energía necesaria para asumir retos y enfrentar los obstáculos de la vida, sin mayor problema. Esa es la adolescencia, linda etapa de la vida, llena de sueños y emociones, donde empezamos a experimentar lo que nos hará grandes y fuertes.
En esta etapa, se presenta lo bueno y lo malo. Las drogas, prostitución, alcoholismo, el libertinaje, entre otros. Situaciones que definitivamente debemos cerrarles la puerta de nuestra vida y no dejarlas entrar. Poder decir no con toda la seguridad de lo que somos y lo que tenemos.
También aparece la rebeldía, pues el creer que ya somos grandes, y todo debe ser aceptado y permitido y encontrarnos con un NO de nuestros padres o responsables, hace suponer que tenemos en contra a quienes supuestamente nos aman, así que la mejor manera es pelear por lo que se quiere, lo que conduce a los disgustos constantes dentro del entorno familiar.
De ahí la importancia de tener una formación cristiana, con valores sembrados en el hogar. Saber que la adolescencia como cualquier etapa de la vida tiene un lado negativo y otro positivo, que si estás en comunicación con Dios, todo es más llevadero y disfrutar de la adolescencia que bien hermosa es cuando se tiene a Dios en el corazón y en todo lo que se hace.